miércoles, 2 de noviembre de 2016

Una bestia en casa.


Había una vez una familia de apellido Hernández, vivía en un campo, en las afueras de la ciudad. Estaba compuesta por la madre llamada Lucinda y el padre llamado Carlos, tenían un solo hijo llamado Elías.
En un día como todos, a la mañana, la madre Lucinda estaba preparando el desayuno. El padre Carlos ordeñaba vacas, mientras miraba a Elías jugar con su mascota, un sabueso llamado Orejas. Elías se divertía mientras le tiraba un palo a Orejas y el perro se lo devolvía. De pronto Elías vio un movimiento extraño entre los árboles y arbustos. Dudoso, quiso ir a ver, tiró el palo que le iba a lanzar a Orejas y fue caminando hacia allí. Cuando estuvo al lado de los arbustos vio que era un animal negro, con cola larga, orejas inmensas, uñas grandes y filosas, tenía el cuerpo y la cabeza muy grandes.
Elías se había quedado paralizado ante esa criatura tan escalofriante y tenebrosa. Notó que el bicho se movía, así que comenzó a alejarse de a poco, hasta que el monstruo se despertó, se paró de golpe. El niño no sabía qué hacer, estaba inmóvil. El animal de pronto giró la cabeza y vio fijamente a Elías, moviendo despacio sus patas se acercaba al joven. Elías se dio cuenta y corrió muy asustado. El animal lo siguió por atrás, el niño aterrado se dirigió a su casa y gritó:
¡Padre! ¡Padre!
Carlos lo oyó y vio que Elías venía corriendo y que por detrás lo seguía una bestia feroz. El padre fue rápidamente a la casa y agarró su escopeta, que estaba posada en la pared de la puerta, apuntó a la fiera y comenzó a dispararle, pero sin conseguir herirlo. Elías por fin llegaba a su casa, su padre corrió y por detrás del joven entró. Carlos cerró la puerta con traba y el niño hizo lo mismo con las ventanas. La madre Lucinda, no enterada de lo que había pasado, le preguntó a Elías, que estaba debajo de la mesa aterrado y agitado:
Hijo, ¿qué sucede, por qué estás llorando?
El niño le contó lo que había sucedido con aquella bestia y cómo había logrado escapar. La madre le preguntó preocupada:
¿Y Orejas?
No lo sé, no pude fijarme dónde estaba.
De pronto el padre Carlos dijo:
Orejas está aquí.
Cuando Elías fue a ver lo que había en el arbusto, Carlos había llamado a Orejas para que comiera la comida que estaba en el suelo de la cocina. Elías, tranquilo, suspiró. Igual que la madre, los dos se tranquilizaron. De pronto oyeron un ruido que venía desde afuera. Carlos, apoyándose por la ventana, vio que la bestia se había posado en la puerta. Lucinda acarició con amor a Elías, calmándolo y secándole las lágrimas. Le dijo a Carlos:
Llamá a la policía, que capturen a esa bestia horrible.
Carlos agarró el teléfono fijo y llamó a la policía. Cuando atendieron conversaron:
¿En qué podemos ayudarle?
Una bestia aterradora persiguió a mi hijo y ahora está posada en la puerta de mi casa.
La policía pidió que le diera dirección de calle y número de casa.
La calle se llama Alfredo Albarracín y el número de casa es 208.
La policía le respondió que se resguardaran él y su familia y que cerraran las puertas de su casa y ventanas. Carlos hizo exactamente lo que la policía le había dicho y cuando terminó, cansado, se sentó en el piso con su familia. Unos 20 minutos más tarde llegó la policía.
¡Por fin llegaron! Por favor, capturen a esa bestia —dijo Carlos.
Con lentitud, prosiguieron los policías sin hacer ruido, para que el animal no se despertara, y le dispararon un dardo tranquilizante. Elías se acercó a la puerta donde estaba posada la bestia. De pronto el bicho se paró dormido, a punto de caerse, y con una de sus garras lastimó la pierna derecha del niño. La madre y el padre, viendo lo que había pasado, alzaron rápidamente a Elías y los oficiales abrieron las puertas de su auto y acostaron a Elías en el asiento de atrás. Lucinda y Carlos se sentaron con él y le dijeron al oficial que condujera rápido y los llevara al hospital porque Elías estaba muy mal. El oficial asintió con la cabeza, encendió el auto y le dijo a los oficiales que estaban afuera:
¡Encierren ese animal en una jaula! Y llévenlo a los especialistas para que nos digan qué clase de bichos es.
Cuando llegaron al hospital Carlos llevó en sus brazos a Elías, que estaba muy pálido y con muy baja tensión. El padre corrió y lo acostó en una camilla; la madre llamó gritando a los doctores, que fueron a recibir al niño y lo llevaron a urgencias.
Lucinda y Carlos se sentaron en uno de los asientos de la sala de espera y vieron en una tele puesta en la pared que daban las noticias sobre el animal que habían capturado en su casa. No estaba identificado, no se sabía qué clase de animal era; pero era muy tóxico, tenía un veneno letal y extraño en las garras de las cuatro patas y en los dientes. Carlos y Lucinda, atónitos por la noticia, fueron corriendo hacia el cuarto donde estaba Elías y vieron que estaba acostado en la camilla. Un raro pelaje negro y unas orejas extrañas y grandes le crecían; los pies y manos iban tomando forma de pata de animal. Comprendieron que se iba transformando en ese animal extraño que habían capturado.
Carlos entró al cuarto y le dijo a Lucinda que le avisara si venía un doctor o alguien. La mujer se quedó en la entrada, mientras Carlos le quitaba los sueros y las demás cosas para llevarse a Elías para que nadie viera en qué se estaba convirtiendo. El padre tomó unas sábanas de la camilla y envolvió en ella al niño, lo alzó y se lo llevó. Pudieron salir sin ser percibidos. Acostaron a Elías en un auto que encontraron abierto. Subieron y se fueron rápidamente a su casa.
Cuando llegaron bajaron a Elías, lo desenvolvieron y lo posaron en el suelo. Al quitarle la sábana se sorprendieron al ver que su hijo se había convertido en la misma bestia que habían capturado. Veían que se movía, se quería levantar. Los padres se alejaron, Elías ya convertido se había parado:
¡Hijo! —gritó sorprendido Carlos.
Hijo, ¿Eres tú? ¿Estás ahí?
Elías se movió y cuando vio sus patas se estremeció, se dio cuenta de que se había convertido en el animal extraño. Asustado, habló:
¿Me pueden escuchar? ¿Qué me ha pasado?
La madre le dijo:
La bestia te pasó su veneno y te convertiste en esa cosa monstruosa.
Elías, triste, empezó a llorar y con sus garras se agarró la cabeza.
¿Ahora qué hago? ¡Por favor no me dejen!
Carlos agarró los hombros de Elías y le dijo:
Hijo, tranquilízate, no te quedarás así.
Lucinda se acordó de una flor mágica que su abuela le había dado. Era para utilizar en una ocasión única, en donde no tuvieran remedio que pueda solucionar una situación delicada de salud. Se fue corriendo a buscar aquella flor que estaba escondida en un lugar secreto en el campo. Corrió mucho y pudo encontrar la planta. La arrancó muy desesperada y se dirigió donde estaban Carlos y Elías. Buscó en la cocina un vaso con agua y puso en él los pétalos con cuidado. El agua tomó color amarillento, esto significaba que ya se podía usar. Fue hacia Elías y le dijo:
Toma, hijo, bébelo rápido. Esto te curará, volverás a ser el mismo de antes.
Elías, ansioso, tomó de esa agua mágica y aparecieron muchas luces fosforescentes rodeando al niño. Se había convertido de nuevo en humano. Todos se abrazaron y vivieron felices y comieron perdices.

Rocío Ramírez. Tercero C.

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