Todo comenzó así, en la camilla de un hospital donde le dije a mi
padre tres palabras:
―No quiero más.
―¿Qué te pasa, Clara? ¿A caso quieres morir?
―Es mejor que seguir sufriendo.
Pues era mi corazón el que ya no quería, era mi cuerpo el que no
aguantaba ya, no lo resistía.
―El doctor quiere hablarte― dijo mi padre, invitando a que el
doctor lo haga.
―Clara, ¿estás segura de que quieres abandonar el tratamiento?
En mi mente pasaban miles de cosas, pero ahí claramente estaba mi
respuesta:
―¡Sí!
En ese momento comenzó todo. ¡Sí! Estaba loca, pero ya quería
vivir la vida, mi vida, la que no había podido vivir durante tanto
tiempo por estar pendiente del tratamiento. Anoté en mi pared todo
lo que quería hacer antes de morir. Puedo decir que la mayoría de
las cosas que anoté las hice y no me arrepiento de absolutamente
nada.
Ese día
el doctor me dijo que solo me quedaban 60 días de vida, que los
disfrutara. Fue allí donde comenzó la mejor parte de lo que fue mi
vida.
Un día
iba de camino a casa cuando me encontré con Iara. Ella era mi amiga
y a su lado estaba un joven muy apuesto. Me dijo que era su primo que
se llamaba Luis, que venía de vacaciones a su casa. Ese minuto en
que mis ojos lo vieron por primera vez fue maravilloso.
Pasaron
los días y yo no dejaba de pensar en él, en esos ojos hermosos, esa
sonrisa elegante. Su cara demostraba su picardía y recordarlo me
distraía de lo que me estaba pasando. Pero mi padre seguía con la
idea de que siguiera el tratamiento. Todos los días, por la tarde,
él llamaba a una enfermera para que me controlara. Podía notar en
su rostro que tenía miedo de perderme.
Después
de unos días, mi situación empeoró y no paraba de dormir. Luis iba
a casa a verme con Iara, se quedaban horas y horas a mi lado. Luis,
Luis… sus besos eran hermosos. Cuando no dormía, ellos con mis
padres me llevaban al parque de la calle Clayton.
Yo no
pensaba, por mi mente no pasaba la idea de que iba a llegar la hora
de macharme. Ellos trataban de disimular que pensaban en eso, pero
podía darme cuenta de que no era así.
Ya habían pasado 45 días. Luis me demostraba cada día que me amaba
como nadie, pero con eso también me decía que iba a partirle el
corazón cuando llegara el día.
Una
noche Luis me invitó a cenar, me pasó a buscar a las 8 de la noche.
Todo fue hermoso, increíble, fue la mejor noche de mi vida, donde
Luis me hizo sentí viva. Esa fue una de las noches con él, donde
todo era perfecto.
Pasaban
las horas, los días y no faltaba nada para el momento, pero no
sentía miedo ni arrepentimiento por la decisión que había tomado.
Ya
habían pasado 59 días y estaba muriendo, ya no sentía mi cuerpo.
Había llegado el día, ya no sabía si vivía. Sentí algo raro,
como una luz que me llamaba. Todo era diferente, estaba aquí donde
hoy estoy, en los sueños de Luis. Luis no lo creía. Tal vez fue un
regalo de la vida, pero no me importa, estoy aquí, en lo más
profundo de su mente donde visito a Luis en sus sueños, donde soy un
hada que lo llama por la noche, donde estoy contando esta historia.
Ya debo
irme, Luis está por venir.
Luana
Giménez y Tamara Rodríguez. Tercero
C.
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