Mi
nombre es Emma y les quiero contar algo, decidí escribir. Hago esto
porque una vez una amiga me dijo que para descargarme debía escribir
una carta que nunca mandaría y luego quemarla. Solo que hay un
problema: donde yo estoy no hay encendedores ni cómo hacer fuego.
Hace
mucho que estoy en este lugar, ya perdí la cuenta de cuánto llevo.
Sé por qué estoy acá, pero yo solo quería que mi hija no tuviera
una mala vida. Yo lo tuve que hacer, la tuve que matar. Desde
entonces yo misma decidí entregarme a la policía, no lo dudé.
Aparte, ya estaba más tranquila. Sabía que nunca me lo perdonaría,
pero estaba mucho mejor porque no iba a sufrir ni ella ni yo. Pasaron
los días, meses, años y yo sigo acá… Lo que me suena muy extraño
es que hace poco me trajeron un compañero nuevo, pero él no me
escucha, hace como si no estuviera.
Como
siempre, todas las noches salgo a caminar y me dirijo a la casa de mi
mamá. Ella no me perdona aún. Anoche, cuando iba de camino a su
casa, me acordé de que mañana 12 de noviembre es mi cumpleaños y
decidí quedarme a dormir en su casa, pero cuando llegué estaba
llorando desconsoladamente.
Esta
mañana nos levantamos muy temprano. Mi mamá decidió salir, le
pregunté a dónde iba, pero como siempre no me contestó. Entonces
la seguí y cuando llegamos me encontré con un cementerio. No sé
qué hacíamos ahí, no era el cementerio donde estaba mi papá.
Mi mamá
se frenó en una lápida y cuando vi el nombre no lo podía creer…
Era mi lápida, decía mi nombre… y entonces me di cuenta por qué
nadie me escuchaba y me ignoraban, era porque no estaba ahí, yo
estaba muerta.
Ana
Páez. Tercero C.
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