miércoles, 2 de noviembre de 2016

La piedra brillante.


Una tarde primaveral invitó a Pedro y José a salir de sus casas e ir a la plaza.
Cuando llegaron a la misma mucha gente disfrutaba del tiempo con sus hijos pequeños que correteaban y se peleaban por ganar las hamacas, toboganes y el sube y baja. Gran cantidad de pájaros con sus cantos alegraban la tarde, como así también varias mascotas corrían libremente.
Pedro y José sacaron su pelota y empezaron un partido de fútbol con otros chicos que allí se encontraban. De repente, uno de los chicos tiró la pelota entre unos verdes matorrales. Pedro corrió a buscarla y metió su mano entre las plantas, tocó algo extraño que le llamó la atención. Era una hermosa piedra de color muy brillante; la levantó y de repente vio que cambiaba alternadamente de colores. La agarró muy fuerte y quiso correr a mostrarle a su amigo, pero una fuerza misteriosa no le dejaba mover sus piernas. Asustado gritó y gritó el nombre de José.
Miró a su alrededor y vio que la plaza no era una plaza sino una inmensa selva oscura y aterradora. Las mascotas ya no eran mascotas, se habían convertido en animales salvajes que asechaban a las personas. Leones furiosos, tigres hambrientos, llantos, gritos y miedo por todas partes. Sobre los árboles, los pájaros eran enormes aves de rapiña que asechaban a la gente.
Pedro logró zafar de su inmovilidad y desesperado empezó a correr. Cayó varias veces y con él cayó la piedra. Se levantó y vio que su amigo lo llamaba diciéndole que se apure.
Nuevamente, las mascotas eran mascotas disfrutando de la tarde. Volvió a su casa y su mama le preguntó cómo le había ido. Él, con los ojos desorbitados por el miedo, le contó que estuvieron a punto de ser devorados por animales salvajes. Su madre lo miró sonriente y pensó que estaba loco.

Matías Acosta. Tercero C.

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