lunes, 14 de noviembre de 2016

Kiara y sus dulces sueños.



                Un día por la tarde mí hermana, Ayelén, y yo estábamos tomando el té con criollos en la mesa de la cocina. Debajo estaba la perrita de mi madre que me mordía los talones. Más tarde, cuando me cansé de que estuviera mordiéndome le pegué una patadita en la panza. Después le dije a mi mamá:
                ―Mami, sacá la perra que me muerde muy fuerte.
                ―Estoy ocupada, hacelo vos ―contestó ella.
                ―¡Ah! Dale, Camila, sacala porque a mí también me está mordiendo ―dijo mi hermana.
                Luego, cuando fui al baño, la perra  me siguió. Entró al baño conmigo y yo no me di cuenta de que estaba allí.
                ―¡Ahhhh! ―grité asustada.
                ―¿Qué te pasó? ­―me preguntó mi mamá desesperada.
                ―Nada, es que está la Kiara en el baño  conmigo   y no me di cuenta ―le contesté.
                ―¡Ah, bueno! No es nada malo, yo pensé que te había pasado algo ―dijo ella.
                ―Bueno, mami, pero tomá, agarrá la perra y sacala al patio que se está tirando unos gases tremendos ―dije yo.
                ―¡Oh, no! Hace mucho frío afuera para sacarla ―me contestó.
                ―Sacala porque después no querés limpiar la caca y el pis, yo no lo voy hacer por vos ―le dije.
                ―¡Oh! Bueno, nena, dámela que la saco ―contestó ella.
                Cuando salí del baño me encontré a mi mamá poniéndole una remera suya a la perra para sacarla afuera. Yo me moría de la risa con mi hermana al ver cómo le quedaba la remera a la perra.
                ―¡Ay! Mami, sacale eso que le queda muy grande ―le dijo mi hermana.
                ―No, no quiero, mirá si se enferma la perra por tu culpa ―le contestó mi mamá.
                ―Dale, mami, sacala afuera ―le dije yo mientras le abría la puerta.
                Después, más a la tardecita, le hice una casita en el patio para que duerma, le puse algunas colchitas viejas que tenía guardadas, el plato para la comida y una jarrita para el agua. Ella entró a la casita, se acostó y de a poquito se fue durmiendo. Cuando entré a mi casa le dije a mi mamá:
                ―¡Mirá cómo duerme ese angelito!
                Ella la miraba con cara de tristeza al  verla dormir tan feliz. Yo no sabía qué hacer.
                ―¡Bueno! Dejala ahí que está muy bien ―dijo ella.
                ―Entonces va a dormir ahí toda la noche ―dijo Ayelén.
                Mi mamá se había quedado preocupada, entonces la tranquilicé:
                ―Ma, dejala. No está tan frío, vamos a dormir ―dije.
                ―Bueno, vamos ahora que estoy mejor ―contestó ella.

Camila Tolmer   2D

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