Un día mi mamá Débora me contó que se había
reencontrado con una amiga de la infancia. La amiga se llamaba Lorena, mis hermanos
querían conocerla y mi mamá quería pasar una tarde con ella.
Fuimos hasta su
casa. Mientras íbamos con mis hermanos, Lisandro, Anahí, Delfina y Cande,
jugábamos a quién corría más rápido. Mi mamá no quería que ninguno de nosotros
nos lastimáramos.
Llegamos a la casa de Lorena y ella nos estaba
esperando con unos matecitos, tenía una casa con muchas escaleras. Mientras yo
iba subiendo las escaleras, mis hermanos iban peleándome. En un momento me di
vuelta para pegarles, pero cuando lo hice me tropecé con mi propia pierna, me
caí arriba de una maceta y me golpeé la rodilla. Mi mamá y Lorena, cuando
escucharon el ruido, desesperadas salieron a fijarse qué había pasado. Me
vieron tirada arriba de la maceta y notaron que me sangraba mucho la rodilla.
La amiga de mi mamá le dijo:
―La llevemos a la clínica en mi auto.
Y mi mamá le respondió:
―Sí, ayudame a levantarla, prepará el
auto.
Mientras que me llevaban al médico mi hermana Cande
me puso gasas en la rodilla para que no sangrara tanto. Al llegar, mi mamá desesperada dijo:
―Un doctor, por favor.
Un doctor, al escucharla, apareció por un pasillo:
―Traela por acá, a esta habitación.
Mi mamá me llevó a la sala, el doctor me hizo puntos en la rodilla
y nos tranquilizó:
―Señora, cálmese, su hija tiene que
hacer reposo hasta que se mejore de la rodilla.
―Gracias,
doctor, ¿hay que comprar algún medicamento?
―No,
únicamente le tiene que poner algunas gasas para que no se le infecte la herida
y tiene que hacer reposo hasta que la herida se cure.
Mi mamá le
agradeció:
―Gracias,
muchas gracias, doctor.
Al Terminar el
día me dieron el alta y desde que salí del hospital tuve que hacer reposo por
cerca de dos semanas. Nunca más voy a subir a una escalera corriendo.
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