Un 9 de marzo me enteré de que había un castillo de Disney
abandonado y decidí ir a conocer el lugar. Me tomó cuatro horas
llegar. Una vez que vi el castillo me quedé sorprendido de lo
descuidado y arruinado que estaba. Respiré hondo y me atreví a
entrar.
El espacio estaba completamente vacío, aparentemente se habían
llevado todo. Llegué a un pasillo donde había muchas habitaciones y
me llamó la atención una puerta que decía “Reparación de
disfraces”. Al abrir la puerta encontré en la habitación muchos
disfraces de los personajes de Disney colgados en la pared. En una de
ellas estaba escrito “Abandonado por Disney”. Lo que más me
llamó la atención fue ver el disfraz de Mickey en el centro de la
habitación, supongo que se dio cuenta de que yo estaba ahí porque
se dio vuelta. Su traje estaba muy sucio y descuidado, como todos los
demás, creí haber escuchado que me habló:
―Ey, ¿querés que me saque la cabeza?
No me dio tiempo para responder que ya había agarrado su cabeza,
empezó a tirarla para arriba y pude escuchar cómo se desprendía de
su cuerpo mientras salía sangre, era totalmente desagradable. Salí
de la habitación y empecé a correr lo más rápido que pude.
Cuando llegué a la puerta de entrada pude notar que decía
“Abandonados por Dios”. Por alguna razón di media vuelta y ahí
estaban, mirándome. No dejé pasar más tiempo y me fui.
Al llegar a mi casa les conté a mis amigos lo que había visto. Como
esperaba, ellos no me creyeron, así que decidí escribir todo en un
cuaderno que dejé a mi familia e invité a mis amigos a ir al
castillo para comprobar que lo que decía era verdad.
Una vez que llegamos, los llevé a la habitación, pero no sé por
qué ellos no quisieron entrar y se cerró la puerta, quedándome yo
adentro de la habitación y ellos afuera. Me di vuelta y vi que los
personajes estaban detrás de mí. Uno de los disfraces se acercó y
me dijo en voz baja:
―¿Querés salir de acá con vida?
―Sí.
―Vas a salir únicamente a cambio de algo.
―¿A cambio de qué?
―La vida de tus amigos.
Al escuchar eso me quedé sorprendido, pero pensé mi decisión por
un momento y dije:
―Está bien.
Los personajes me sacaron de allí, metieron a mis amigos en la
habitación y cerraron la puerta. A través de la ventana pude ver
cómo se incendiaba. Ellos gritaban de dolor mientras me miraban; yo
sonreí, di media vuelta y me fui.
Desde ese día no dejo de pensar en lo que pasó, pero no me
arrepiento de nada.
Zambrano Celeste y Vilar Brisa. Tercero
C.
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