miércoles, 2 de noviembre de 2016

Sapo.


Yo me llamo Agustina y les voy a contar una historia. Todo comenzó por el año 2013. En ese entonces yo vivía en un barrio común, como el de todos, donde nunca pasaba nada interesante. Se estaba acercando marzo y era tiempo de comenzar las clases. Tenía que empezar primer año, pero no quería que el tiempo pasara, no me gustaba conocer gente nueva y menos profesoras.
El tiempo pasó muy rápido y llegó ese día, mi primer día. Llegué al colegio casi corriendo, ya era tarde. Toqué la puerta, pedí permiso y entré. Me encontré con un grupo de chicos muy ruidosos y una maestra un tanto seria. Esa semana fue aterradora: todas esas maestras me miraban fijo, así como mal, me dio mucho miedo. Pero las semanas restantes del mes me trataron con mucho amor y me cayeron muy bien.
Pasaron las semanas, los meses y fue entonces cuando llegó esa semana donde todas las profesoras volvieron a mirarme como aquella primera vez. Pero esa semana fue distinta porque me dieron todas un trabajo cada una, muy largos todos. Hice los trabajos y los presenté y en ninguno había errores. Me sentí aliviada una vez que los había entregado, pero ellas me dieron más trabajos. Era muy raro porque solo me los daban a mí.
Un día martes, a las 10:30 h., fui al colegio a entregarle el trabajo a la profe de Lengua, pero no la encontré. La señora que hacía la limpieza me dijo que ella estaba en el laboratorio. Caminé hacia el laboratorio y por una ventana vi a todas mis profesoras planeando los trabajos horrorosos que me iban a dar todo el año; preparando la tortura. No lo podía creer, esto ya era personal; me sentí tan ahogada que le tuve que contar a Milena, una amiga del cole. Con ella ideamos un plan: íbamos a escondernos en el armario del laboratorio y con nuestros celulares grabaríamos a las maestras armando mi martirio, así podría hacer algo para que pararan.
Ese día nos escabullimos en el armario y nos turnamos para vigilar, pero las dos nos dormimos. Al despertar Milena ya no estaba, escuché ruidos y voces, eran ellas: las maestras estaban entrando al laboratorio. Estaba muy nerviosa, no quería que me descubrieran y justo en el momento menos esperado estornudé. Una de ellas abrió el armario y me vio. Salí corriendo y ellas comenzaron a perseguirme, hasta que logré esconderme. Otra vez volví a estornudar. Sentí como que el cielo se alejaba de mí y el suelo estaba cada vez más cerca. Cuando miré mis manos, noté que estaban verdes y llenas de moco. ¡No lo podía creer, era un sapo! Empecé a saltar del pánico y fue entonces cuando me choqué con el perro de la escuela y... ¡ÑAM! GRRR...

Gerez Rocio Agustina. Tercero C.

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