Un día, mi hermana Micaela y yo estábamos acostadas
en la cama de mi mamá, viendo una de esas películas de terror que tanto le
gustan a ella.
En un momento yo empecé a pasar la mano por
debajo de la sábana para hacerle cosquillas, porque ella era muy cosquillosa y
yo siempre la molestaba. Cuando se dio cuenta de que le estaba por hacer
cosquillas, me pegó una patada y volé de la cama, golpeándome la cabeza con la
punta de la mesita de luz. Como me salía un poco de sangre mi hermana Mica corrió
a avisarles a mis hermanas mayores, Yanina y Gisela, porque mis papás se habían
ido de compras.
Yanina, mi hermana mayor, que
tenía una moto, me iba a llevar al hospital y viéndola dijo: “¡oh, no! Está en
llanta la rueda de atrás de la moto”. “¿Qué hago?”, pensaba en voz alta.
―Vamos igual, pero… ¿Qué le decimos al papí? ―propuso
Gise.
―Lo llamamos y le decimos que estaban jugando
y se golpeó la cabeza ―respondió Yani.
―Bueno, le decimos eso.
Entonces subimos las tres a la moto: Yani,
Gise y yo. Mica se había quedado en casa de unos vecinos.
Todas las personas que iban en los autos nos
miraban sorprendidos, con caras raras porque íbamos despacio. Pero qué podíamos
hacer, me tenían que llevar al hospital.
Cuando llegamos, le avisamos a mi papá por
teléfono y mientras esperábamos ser atendidas, en segundos, llegaron. Mi papá y
mi hermana Yani nos dijeron que se iban a parchar la rueda de la moto a la
estación de servicio que quedaba a una cuadra y media del hospital.
Con mucho susto entré a la sala, en donde me
hicieron tres puntos en la cabeza. Yo lloraba y lloraba. El médico me dijo:
“calmate, ya pasó”.
Desde esa vez nunca más le quise hacer
cosquillas a Mica, porque no quería volver a ir al hospital para que me cosan
la cabeza. ¡Con una vez ya era suficiente!
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