Un Sábado de verano, porque los domingos solíamos
quedarnos en casa, con mis hermanos fuimos a la plaza de Las Aldeas, un
complejo de viviendas que quedaba en el mismo barrio en el que vivíamos.
Nos encontrábamos
jugando en las hamacas con mis hermanas, Giuliana y Gina, y mis amigas, Desiré
y Julieta. En ese momento mi mamá se acercó para llamarnos y yo corrí hacia
ella, cruzándome por delante de la hamaca en donde se encontraba unas de mis
hermanas.
De pronto escuché que gritaban: “¡No te cruces que
te puedo golpear!” Y ¡Plum!, la hamaca me dio en un costado. Allí me encontraba
yo, tirada en el suelo con la pera sangrando, un moretón en el costado derecho
y la cara llena de lágrimas.
Mi mamá corrió
hacía mí, me tomó entre sus brazos y me llevó al médico. Cuando llegamos al
hospital el doctor me desinfectó las heridas y me puso una gasa. Además, me dio
unos antinflamatorios por si me llegaba a doler cuando volviese a mi casa. Yo
sorprendida le pregunté:
―¿Me
tiene que coser , doctor?
Y el con una sonrisa dijo:
―No,
nena, no te coseremos.
―¡Ah!
Porque le tengo miedo a las agujas.
―Yo
de niño también les temía, pero luego el temor desapareció.
―Ojalá
mi miedo desaparezca ―contesté yo.
Mamá entró y me
llevó a casa.
Esa noche fue muy
dura porque no pude dormir bien, pero los días siguientes dormí como un ángel y
mi mamá dijo que todo ya había pasado.
Lourdes Amorelli 2D
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