Kacui y
sus hermanos.
Dicen
que hace muchos años en el medio del bosque vivían cinco hermanos.
Cintia de nueve años, Ana de doce, Kevin de catorce, Emanuel de
quince y Kacui, que era el mayor, tenía diecisiete años.
Kacui
era muy trabajador, todos los días se levantaba a las seis de la
mañana junto con sus dos hermanos. Las chicas se quedaban a limpiar
la casa. Pero sólo Cintia era la trabajadora. Ana dormía todo el
día, luego pasaba sus tardes sentada mirando el campo verde y el
cielo azul.
Cuando
los chicos volvían a su casa, cansados, sucios por levantar muchas
piedras y construir chozas, ya que si hacían las cosas mal los
azotaban, las hermanas tenían que tener la comida lista. Pero Ana
era tan torpe que una vez les quiso servir la sopa y se la tiró
encima.
Los
chicos le pedían que colaborara en la casa, que ayudara a su hermana
menor, pero la niña se enojaba y corría al campo a llorar.
Kacui,
todos los días después de cenar, iba a las orillas del río Paraná,
pidiéndoles a los dioses por su hermana rebelde. Al cabo de unos
meses, nada cambió.
Kevin y
Emanuel también pedían por sus vidas. Querían que los dioses los
convirtieran en animales o plantas porque estaban cansados de los
trabajos duros que los soldados les daban.
Un día,
el dios celestial escuchó sus deseos y los convirtió a los tres
varones en tortugas gigantes para que descansaran y no sufrieran más
castigos. A Cintia la convirtió en un árbol grande, hermoso y
coposo que en primavera daba frutos muy ricos y en abundancia, pero a
su hermana Ana la convirtió en un árbol débil y pequeño que
siempre caía. Nunca dio frutos y ni siquiera pájaros se paraban en
él.
Ese fue
el castigo que los dioses le dieron por ser tan mala hermana con su
familia.
Franco
Villalba, 1° A
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