En un día como cualquiera mi familia y yo fuimos a
las sierras a la casa de mi abuela para
visitarla. Ese día estaba con mis primos y les dije:
―¿Vamos a dar una vuelta?
―Dale, vamos ―respondieron.
Entonces fuimos, dimos un par de vueltas,
visitamos a esa enorme iguana.
Después nos volvimos a comer. Había que
bajar una enorme y larga bajada y entonces salimos corriendo todos. Mis primos
pasaron por debajo de un alambre de púa y yo hice lo mismo, pero cuando pasé me
corté con el alambre. Después me senté en una silla, cuando vi que mi pierna
estaba sangrando me asusté y la llamé a
mi mamá:
―¡Ma! ¿Podés venir?
―Sí, hija.
―¿Qué te pasó?
―Me corté con el alambre.
En ese momento mi mamá estaba como loca, entonces a
gritos lo llamaba a mi papá:
―¡ALBERTO,ALBERTO!
―¿Qué pasó?
―Natalia se cortó con el alambre, vamos
a llevarla al médico.
Mi papá en ese momento manejó como loco y, mientras
yo lloraba, mi mamá me consolaba.
Cuando llegamos nos atendieron enseguida y estaba acostada boca abajo cuando
la doctora me dijo:
―¿Cómo te llamas?
―Naty.
―Bueno, Naty, te voy a poner esta gasa
con pervinox para que no sangre tanto y se te cure la herida, ¿sabés?
Directamente no miré la gasa, observé el agujón que
tenía en sus manos y empecé a gritar como loca. Mi mamá me sujetaba las piernas; una doctora, los
brazos y la enfermera, la cabeza.
Al final, me pusieron la gasa, después la venda
y me tranquilicé un poco. Después
me fui a mi casa y me dije a mí misma: “no
me acerco más a un alambrado de púa”.
Natalia Zapata 2C
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