Transcurría el año 1976, estaba tranquilo disfrutando unos
de mis placeres más profundos, leer libros de mis autores favoritos: Marx,
Engels, Martí, Freire, etc. Después de escuchar gritos salí de la casa para ver
qué sucedía. Había llegado la dictadura a la Argentina. Los militares
realizaban acciones horribles, difíciles de digerir. Vi tantas personas
asesinadas por intentar huir de ellos. Vi a estos militares entrando casa por
casa, robando todo lo que se encontraba dentro, sobre todo se llevaban libros y
vinilos de música. Cuando me di cuenta ya habían vaciado mi casa.
Yo no me quedé con los brazos cruzados, fui a buscar a esos
malditos para que me devolvieran mis pertenencias, pero solo logré que me
detuvieran. Les pregunté a gritos:
—
¿A
dónde me llevan?
—Ya lo verás- me respondieron
con una sonrisa un poco retorcida.
Al llegar al destino vi cómo quemaban libros, sentí como si
me consumiera desde el interior de mi corazón por un fuego eterno y voraz. Para
terminar, me golpearon en la cabeza con la culata de un arma y caí al suelo.
Desperté con los ojos entreabiertos y logré escuchar cómo me iban a ejecutar,
pero justo llegó otro militar, que me parecía conocido, diciendo que no me
mataran porque yo era un amigo suyo o algo así y volví a quedar inconsciente.
No sé cuántos días estuve sin abrir los ojos. Me levanté
asustado en una celda llena de barro, con un olor desagradable que apenas podía
aguantar. Tenía un pequeño agujero en la pared tapado con rejas, en donde se
podía apreciar una pequeña porción de la luz del sol. No podía hacer otra cosa
más que quedarme sentado y mirar el techo.
Después
de unos cuantos días los militares encerraron a otra persona. Se notaba que
estaba cansado y golpeado. No se me ocurrió otra cosa más que hablar con el
prisionero, que resultó ser un militar un poco grande, que no había accedido a
matar a una mujer embarazada y había terminado en esa mugrienta celda conmigo,
pero no me dirigió la palabra.
Pasaron un par de semanas y volví a tratar de entablar una
conversación con él, pero volvió a pasar lo mismo, no quería hablar conmigo. Yo
me estaba volviendo completamente loco por no poder hablar o interactuar con
otras personas. En una oportunidad, un poco desinteresado y sin razón aparente,
me preguntó:
—
¿Sos consciente de la maldad que están cometiendo los militares allá afuera?
— Cuando me metieron acá,
había unos pocos secuestrados o asesinados, pero lo que nunca me voy a olvidar
son todos los libros que quemaron -respondí.
— ¿Te encantan los libros,
verdad? Ja, ja, ja -dijo con una voz un poco ronca-. Por lo que sé, hasta ahora
quemaron 1.500.000 libros. ¿Podrías imaginar esa cantidad?
— Realmente no, me cuesta
mucho.
— Imaginate cubrir 661 veces
el obelisco, haciendo pilas con estos libros.
— ¡GUAU! Es una barbaridad -exclamé-,
no lo puedo creer.
También me habló de otras cuestiones más sangrientas y me
pidió que lo mantuviera en secreto para que los militares no se enteran de todo
lo que él sabía. Después de lo que me contó, comencé a sentirme mal y también
me llené de furia. Empecé a insultar, maldecir y a golpear todo lo que tenía a
mi alcance. Saqué la peor parte de mí por unos segundos y luego me fui a dormir
para relajarme un poco.
Ya habían pasado cinco años desde que habíamos llegado allí.
No tuvimos otra opción que hacernos amigos. A decir verdad, a pesar de la buena
relación que teníamos, no me caía tan bien, ya que no tenía muchos temas de
conversación interesantes. Sin embargo, en una ocasión me contó que había hecho
un túnel para lograr escapar y cuando lo terminase obtendría su libertad o, en
el mejor de los casos, nuestra libertad.
Pasó otro año y a este militar no le quedaba más de una
semana de vida, lo sabíamos por lo que se había estado diciendo últimamente en
esos oscuros pasillos. Cumplida esta semana llegó la hora de su muerte y vi
cómo lo sacaban de su celda para llevarlo al campo de ejecución, mientras
gritaba:
— ¡Yo me voy con la conciencia
limpia! ¡LA CONCIENCIA LIMPIA!
Ese fue el momento justo para mi escape. Pasé toda la noche
en mi celda cavando para lograr irme de ese infierno. Ese túnel conducía a la
parte de atrás de la prisión, que se encontraba completamente desolada. Escapé y corrí con un miedo interior que
se apoderaba de mí. Recuerdo la sirena de los patrulleros y los disparos, pero
no me atreví a mirar hacia atrás. Tuve mucha suerte de que no me atraparan o,
peor, que me asesinaran. Solo faltaba ocultarme por un buen tiempo hasta que
decidieran dejar de buscarme. Planeaba irme de este país a uno más tranquilo.
Han pasado varios años. No sé cuántos en realidad, pero eso
realmente no me importa, porque tengo una nueva vida llena de felicidad con mi esposa
e hija. Hoy me levanté temprano, tomé mis cosas y me dirigí a la editorial
donde trabajo desde que me vine a Uruguay. Allí fue donde me enteré de que en
Argentina había vuelto la democracia hacía ya un tiempo. Yo no estaba enterado
de esto, ya que soy un hombre que vive sentado en su escritorio rodeado por
cuatro paredes casi todo el día y no sabe nada sobre actualidad extranjera. Mi
jefe, por otra parte, sí estaba enterado de esto y, como sabía que venía de
allí, me preguntó si me gustaría volver. Yo le dije que no, ya que no
soportaría ir al lugar donde me quitaron lo que más amo…LEER.
SANTIAGO CASAS NAVARRO.
LUIS RODRIGUEZ.
LUCIANO ADAUTO.
6º “A”, IPEM Nº35 “RICARDO ROJAS”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario