Cresstán
y Kammerling
(El
príncipe que rescata al dragón)
Hace
millones de años en el reino de Elgos vivía el príncipe Cresstán,
su hijo. Él había heredado la valentía de su padre y la humildad
de su madre. Cresstán esperaba un día ser el rey de su tierra pero
primero debía pasar por una serie de obstáculos para rescatar al
último Dragón de las afueras del reino de su padre. El joven, un
día de sol, partió con entusiasmo hacia su destino…
En su
camino se encontró con un troll llamado Kemp, que se hallaba
cuidando un puente que conducía hacia el otro lado del pastizal, por
sobre un río de aguas danzantes. Ya muy cansado el príncipe,
después de haber viajado muchos días, le preguntó:
-¿Cómo
se llama usted?
-Me llamo
Kemp –contestó el troll.
-Mucho
gusto, yo soy Cresstán.
-¿Qué
está haciendo por aquí, señor?
-Me
dirijo hacia las afueras del reino.
-Muy bien
pero primero debe pagar un precio –mencionó con misterio el troll.
-Oh, ¿qué
precio?
-Un
paquete de pañuelos para la nariz –contestó seriamente Kemp.
-Aquí
tienes.
-Puedes
pasar –dijo con felicidad Kemp.
El
príncipe siguió hasta caer la noche hasta que encontró un buen
lugar debajo de un árbol para pasar la noche… Al día siguiente
despertó en una choza de un hechicero. Él lo había llevado allí,
porque la noche anterior era muy peligrosa: había lobos salvajes y
mucha niebla. Cuando despertó, el príncipe no sabía dónde se
hallaba, miró y miró pero no conseguía saber dónde estaba. De
pronto vio resbalar a un viejo tonto con una vieja cáscara de banana
y caer al suelo. El viejo era el hechicero llamado Rulick, que le
explicaba (mientras desayunaban) su peligrosa situación al joven.
Cresstán le comentó que se dirigía a la cueva del Dragón a
rescatarlo del peligro de las afueras de su futuro reino.
Rulick,
al terminar de desayunar, le entregó una pócima mágica que le
servía para convertirse en otro dragón y así poder explicarle a
Kammerling, el dragón, que él no tenía ni el más mínimo deseo de
hacerle daño y sólo quería protegerlo.
Y así
fue. El joven llegó hasta su cueva, tomó la pócima y se convirtió
en dragón y se lo explicó. Kammerling aceptó con gran entusiasmo.
Luego viajaron hacia el reino de Elgos y mientras viajaban su amistad
se fortalecía.
Al
llegar, el rey cumplió con su parte del trato al igual que su hijo.
Kammerling acompañó al joven en todo su reinado y así como buenos
amigos se juraron lealtad y vivieron felices.
Casandra
Soria, 1° B
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