sábado, 10 de mayo de 2014

Cresstán y Kammerling (El príncipe que rescata al dragón)

Cresstán y Kammerling
(El príncipe que rescata al dragón)

Hace millones de años en el reino de Elgos vivía el príncipe Cresstán, su hijo. Él había heredado la valentía de su padre y la humildad de su madre. Cresstán esperaba un día ser el rey de su tierra pero primero debía pasar por una serie de obstáculos para rescatar al último Dragón de las afueras del reino de su padre. El joven, un día de sol, partió con entusiasmo hacia su destino…
En su camino se encontró con un troll llamado Kemp, que se hallaba cuidando un puente que conducía hacia el otro lado del pastizal, por sobre un río de aguas danzantes. Ya muy cansado el príncipe, después de haber viajado muchos días, le preguntó:
-¿Cómo se llama usted?
-Me llamo Kemp –contestó el troll.
-Mucho gusto, yo soy Cresstán.
-¿Qué está haciendo por aquí, señor?
-Me dirijo hacia las afueras del reino.
-Muy bien pero primero debe pagar un precio –mencionó con misterio el troll.
-Oh, ¿qué precio?
-Un paquete de pañuelos para la nariz –contestó seriamente Kemp.
-Aquí tienes.
-Puedes pasar –dijo con felicidad Kemp.
El príncipe siguió hasta caer la noche hasta que encontró un buen lugar debajo de un árbol para pasar la noche… Al día siguiente despertó en una choza de un hechicero. Él lo había llevado allí, porque la noche anterior era muy peligrosa: había lobos salvajes y mucha niebla. Cuando despertó, el príncipe no sabía dónde se hallaba, miró y miró pero no conseguía saber dónde estaba. De pronto vio resbalar a un viejo tonto con una vieja cáscara de banana y caer al suelo. El viejo era el hechicero llamado Rulick, que le explicaba (mientras desayunaban) su peligrosa situación al joven. Cresstán le comentó que se dirigía a la cueva del Dragón a rescatarlo del peligro de las afueras de su futuro reino.
Rulick, al terminar de desayunar, le entregó una pócima mágica que le servía para convertirse en otro dragón y así poder explicarle a Kammerling, el dragón, que él no tenía ni el más mínimo deseo de hacerle daño y sólo quería protegerlo.
Y así fue. El joven llegó hasta su cueva, tomó la pócima y se convirtió en dragón y se lo explicó. Kammerling aceptó con gran entusiasmo. Luego viajaron hacia el reino de Elgos y mientras viajaban su amistad se fortalecía.
Al llegar, el rey cumplió con su parte del trato al igual que su hijo. Kammerling acompañó al joven en todo su reinado y así como buenos amigos se juraron lealtad y vivieron felices.

Casandra Soria, 1° B

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