Herencia de sangre
En un lejano país,
Inglaterra, un hombre llamado Ignacio Bermúdez se removía nervioso
en su bote. En toda la tarde no había pescado nada. El frío
comenzaba a sentirse, por eso, tuvo que moverse hacia la costa, bajo
la arboleda. La noche estaba por caer. Dejó el bote, subió a su
automóvil y se dirigió a la vieja mansión de su tío Bernard,
donde él se hospedaba.
La vieja casa guardaba
un gran misterio entre sus jardines llenos de laberintos. Se decía
que en ciertas noches de tormenta y cuando se escuchaban aullidos de
espanto de lobos a lo lejos, aparecía un hombre alto, delgado y de
apariencia fría. Su rostro era de un terror espeluznante con grandes
colmillos. Se alimentaba de sangre humana.
Ignacio, perturbado por
tales rumores, decidió investigar un poco y se dirigió a la
biblioteca familiar. Bajó las escaleras despacio tratando de
esquivar las telarañas que se le enredaban en la ropa. Tropezó con
una enorme puerta con raros dibujos y signos. Con la garganta seca y
las manos temblorosas, abrió y no pudo creer lo que vio. Había un
enorme ataúd blanco rodeado por una jauría silenciosa que lo
custodiaba. Ignacio sólo quería salir de allí y de repente una voz
escalofriante le dijo:
-No puedes huir, eres de
mi descendencia.
El muchacho no podía
creer lo que oía… Era el tío Bernard. Ignacio se rehusó a ser un
horrible criminal como su tío, pero ya era tarde. Comenzó a sentir
su cuerpo helado y su alma desvanecida no proyectaba sombra ni se
reflejaba en el espejo. Se sentía sediento de sangre. Ya no había
salvación. Sería el próximo en acechar los jardines de la
mansión.
Camila Facchini 1° A
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