LAS
ABUELAS BONDADOSAS
Una tarde, un grupo de abuelas se ofreció a colaborar
con un empaquetamiento de cartas. Comenzaron de a poco, mazo por
mazo, de tan solo 50 cartas cada uno. Al pasar las horas el pedido
estaba casi listo. Eran 10 mazos, 500 cartas al igual que sus nietos
desaparecidos.
Las abuelas disfrutaban de su trabajo alegremente, para
ellas cada una de esas cartas identificaba un nieto. Soñaban con
poder guardar de recuerdo tan solo un mazo de cartas, pero era
imposible, estaban justos.
Al anochecer las abuelas terminaron su labor. Tiempo
después llegaron Julián y Sofía. Estos jóvenes eran dueños de
una librería cercana a la fábrica. Siempre recomendaban a las
abuelas que produjeran más cantidad, ya que en su negocio esas
dichosas cartas tenían gran demanda. Luego de dialogar un momento se
llevaron el pedido.
Cuando terminaron con la entrega las abuelas ordenaron y
limpiaron el desorden. Agradecieron a los dueños de la fábrica por
darles la oportunidad de trabajar allí y se despidieron dispuestas a
volver.
A la mañana siguiente Beatriz, una de las abuelas más
grandes, que vivía cerca de la fábrica, salió a barrer la vereda
de su casa como todos los días. De pronto sus ojos bajaron la mirada
y fue allí cuando se abrieron muy grandes diciendo:
—¡Volvieron a mí! ¡Volvieron a mí! – comenzó a
gritar de alegría.
Al parecer los jóvenes habían dejado caer dos mazos de
cartas, 100 de aquella gran columna que con tanto esfuerzo esas
abuelas habían preparado.
A
Beatriz parecía no importarle, lucía en su rostro una gran sonrisa
gigante. No podía creer que con tan solo esperar unas pocas horas,
el recuerdo volvía hacia ella y exclamó:
—¡Son muchísimas! No voy a soltarlas ni dejarlas
jamás, me acompañarán siempre.
Así fue como aquella tarde una por una fue levantando
cada carta que juntas vestían su vereda y son esas las que hoy
permanecen en su cajón, tal como los nietos recuperados en su
corazón.
ALUMNAS:
Olmedo Micaela, Fontana Mara, Ramos Celeste, Contreras Roció.
CURSO:
6° A
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